Economía

“El edificio era una bomba de tiempo”. Durante tres días buscó a su hermana entre los escombros, en la mayor tragedia de Rosario

“Fue la crónica de una muerte anunciada”, dice Adrián Gianángelo. Tenía 30 años, trabajaba en un tribunal y estaba a punto de convertirse en abogado. Le quedaban solo 3 materias para recib...

“Fue la crónica de una muerte anunciada”, dice Adrián Gianángelo. Tenía 30 años, trabajaba en un tribunal y estaba a punto de convertirse en abogado. Le quedaban solo 3 materias para recibirse. En la mañana del 6 de agosto de 2013, uno de los días más fríos del año, se encontraba en su escritorio, iniciando su jornada laboral, cuando un colega se le acercó preocupado y le dijo: “Parece que hubo una explosión en tu cuadra”. Adrián, inmediatamente, pensó en Débora, su hermana menor.

“Ella iba a estar en casa esa mañana. Salí corriendo desde el tribunal a mi casa, por el Boulevard Oroño, a toda velocidad. Un taxista vio mi desesperación y me levantó. Llegué rápido y me encontré con la imagen más dolorosa que haya visto en mi vida: el edificio en el que vivíamos derrumbado”, recuerda Adrián.

“El edificio era una bomba de tiempo”

Adrián y Débora crecieron en Arteaga, un pueblo agrícola de la zona sur de Santa Fe. Cuando se mudaron a Rosario, primero Adrián y luego Débora, se radicaron en el edificio de Salta 2141, tercer piso, departamento C. Los dos estudiaban Abogacía en la Universidad Nacional de Rosario.

-¿Cuándo empezaron los problemas con el gas?

-En 2013, cuando mi hermana vino a vivir acá. Un mes nos olvidamos de pagar la factura del gas. Para que nos restituyeran el servicio, teníamos que cancelar la deuda y aceptar que unos inspectores vinieran a inspeccionar nuestro departamento. En esa visita, que supuestamente era algo de rutina, vieron que todo estaba lleno de irregularidades, especialmente en el departamento mío. Tenía caños oxidados, hornallas quemadas y no cumplía con la normativa de las rejillas del gas, al igual que muchos otros departamentos.-

¿Cuál fue su reacción?

-Hicimos todos los arreglos. Adecuamos el departamento a las normativas y nos volvieron a habilitar el gas. Éramos el único de 60 departamentos habilitado por Litoral Gas con la normativa vigente: caños flexibles en la cocina, estufas con ventilación... Recuerdo que me costó 3000 pesos, muchísima plata. Yo ganaba 700 pesos al mes y me tuve que endeudar, pero si no hacía los arreglos no nos daban gas.

-Pero los problemas continuaron.

-Poco después, alguien denunció que había olor a gas en la entrada del edificio. Vinieron de la empresa y nos vez quitaron el medidor central. Ahí empezó la batalla: todos los vecinos estaban sin gas y nos echaban la culpa a nosotros, a Débora y a mí, porque habíamos tenido problemas primero. Me dejaban cartas por debajo de la puerta diciendo “que te agarre cáncer”, “que te mueras”... Uno escribió en el vidrio del ascensor que se moría de frío y que yo era un hijo de puta. Incluso, a mi hermanita la agarraron de los pelos...

-Cuando volvieron los técnicos, ¿qué dijeron?

-Vino uno, analizó el estado de los medidores y dijo: “Esto va a volar todo a la mierda”. Había problemas en el regulador. Entonces fueron a arreglarlo. El 25 de julio de 2013 llegó el mismo gasista que había trabajado en mi departamento, José Luis Allala. Y ahí empieza la cadena de responsabilidades. El tipo le mete 450 martillazos. Entre tres tratan de abrir el gas y no pueden. Entonces sacan el regulador entero, lo rompen, cambian dos piezas por repuestos no originales. Lo ponen y lo sacan tres veces. Somos varios testigos. Los vecinos estábamos desesperados: era pleno invierno y no podíamos usar el agua caliente. En el trabajo me jodían porque tenía los pelos duros.

-Finalmente, les volvieron a habilitar el gas.

-Al día siguiente, Guillermo Oller y Luis Curaba -especialistas de Litoral Gas- llegaron al edificio para reestablecer el servicio. Lo hicieron, aproximadamente, a las 21.40 de la noche. Pero cometieron el error de no corroborar los trabajos efectuados por Allala: no le pidieron ningún informe detallado de los trabajos realizados, no chequearon los materiales utilizados y no hicieron pruebas sobre la instalación... Los problemas no desaparecieron. El olor a gas continuaba molestando, al punto de que un grupo de vecinos organizó una reunión de consorcio “clandestina” el lunes 5 de agosto, un día antes de la tragedia.

-¿Sabe de qué temas hablaron en aquella reunión?

-Un amigo que estuvo presente y sobrevivió a la explosión, me contó que todos estaban desesperados. El problema persistía. Ahí, en la reunión, alguien presentó a un gasista, el más barato, que cobraba 500 pesos en vez de los 3000 que pedían los otros. El trabajo que iba a hacer era cambiar los reguladores. La normativa, por el caudal del edificio, decía que tenía que haber dos reguladores. Eso servía porque en caso de fuga de gas podías cortar de un lado y usar el otro. Pero este gasista, Osvaldo García, propuso una solución a medias: cambiar solo uno. Y los vecinos accedieron. Ahorraron en todo. El resto se sabe: a la mañana siguiente fueron y, luego de manipular la conexión de ingreso de la provisión de gas, se fueron y explotó todo.

“3 días interminables”

El 6 de agosto de 2013, después de haber visto el edificio donde vivía con su hermana destruido, Adrián empezó la dolorosa búsqueda de Débora. Recorrió los hospitales de la ciudad, donde habían trasladado a los heridos, y también la morgue. Pero como ella no aparecía, regresó a Salta 2141 y se puso a escarbar con sus propias manos entre los escombros del edificio. “Fueron 3 días interminables. En medio de mi búsqueda, aparecían los cuerpos de mis amigos y vecinos... Me tocó reconocer a varios”, recuerda.

-¿Te quedaste 3 días en el edificio con peligro de derrumbe, entre los escombros?

-Yo no me quería ir. Me quedé con los bomberos, vestido con traje, como había ido a la oficina. Me quedé en el edificio porque sabía que si me iba de la escena, y si la encontraban las autoridades, no me la entregaban más. Y yo estaba seguro de que Débora estaba ahí, en algún lado, porque se había quedado en caso de que los gasistas tuvieran que subir al departamento. Fueron tres días larguísimos, muy cansadores. Pero todavía recuerdo la caridad de la gente, que me traía ropa y comida, y de algunos veteranos de Malvinas que me alcanzaban bebidas y abrigo.

Finalmente, tres días después de la explosión, los bomberos hallaron el cuerpo de Débora entre los escombros. “Mi hermana era una persona de fe. La encontraron con un rosario en la mano escondida debajo de su cama”, asegura.

“Mi hermana me salvó”

Después de enterrar a su hermana, Adrián se alejó de Rosario. Se instaló en Arteaga. Pero al cabo de unas semanas, sintió que era necesario retomar su vida. “No me recibí de abogado, sigo teniendo pendientes las tres materias que me quedaban en 2013. Fui a la facultad después de la explosión, pero cada lugar, cada pasillo, me recordaba a ella. Me resultó muy difícil transitar ese dolor. Pero ahora trabajo como mediador en conflictos legales. Formé familia, tuve hijos”, dice.

-¿Cómo era la relación entre ustedes?

-Débora era todo para mí. Éramos tres hermanos, dos varones y ella, la más chiquita. Mi mamá la tuvo a los 40 y para nosotros, los varones, era el premio que Dios nos había dado. La cuidábamos como oro, era nuestro tesoro. En Rosario hicimos buen equipo. Cuando nos costaba llegar a fin de mes, ella me esperaba con la comida recién hecha. También nos dejábamos notitas en la heladera con chistes. Nos veíamos un rato en casa y a veces nos cruzábamos en la universidad, en los pasillos. Eran pocos los momentos en los que coincidíamos, pero teníamos una conexión especial. Hasta el día de hoy, estoy convencido de que ella me salvó.

-¿Por qué dice que su hermana lo salvó?

-Siento que ella me salvó, porque yo había ido a trabajar, y ella se quedó estudiando, esperando a los gasistas. Y también salvó a sus amigas, que le habían propuesto reunirse en casa esa mañana para estudiar juntas... pero Débora les respondió que no era un buen día, porque quizás tenía que recibir gente, a los gasistas, en el departamento”, agrega.

22 muertes, 10 años de dolor y un solo condenado

La explosión del edificio de Salta 2141, en Rosario, dejó un saldo perturbador: 22 personas inocentes muertas y otras 62 heridas.

Adrián y su familia se convirtieron en los únicos querellantes de la causa. Demandaron a 11 personas, entre las que se encuentran los gasistas, inspectores, administradores y gerentes técnicos de Litoral Gas. El resto de las familias acordaron una indemnización a cambio de levantar sus reclamos penales.

Los Gianángelo transitaron un largo proceso judicial hasta que finalmente, en 2019, llegaron a juicio. “Nadie me va a devolver a mi hermana, pero voy a seguir hasta el fondo para que se haga justicia. Ella y yo estudiamos abogacía porque creíamos en la Justicia”, afirmaba Adrián en una entrevista con LA NACION publicada en 2019.

De los 11 imputados, 10 fueron absueltos. La Justicia solamente condenó a García, quien fuera el que trabajó con el regulador el 6 de agosto por la mañana, a 4 años de prisión. Adrián y su familia apelaron contra el fallo que absolvió a las otras 10 personas, y hoy esperan una respuesta de la Corte Suprema de Justicia.

Los Gianángelo decidieron ir hasta el final en búsqueda de justicia por Débora. “Ella tenía ese don, esa magia y esa risueña forma de ser. Siempre la voy a recordar...”, dice Adrián, emocionado.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/el-edificio-era-una-bomba-de-tiempo-durante-tres-dias-busco-a-su-hermana-entre-los-escombros-en-la-nid07082023/

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