
Bebió hasta perder la dignidad, limpió casas, tuvo una vida de novela colmada de crueldad y belleza
Soy tan caótica que no sé ni cómo pronunciar mi propio nombre, dice Lucia Berlin en “Yo soy lo que soy...”, una de las cartas inéditas que se incluye en Una nueva vida (Alfaguara), volumen ...
Soy tan caótica que no sé ni cómo pronunciar mi propio nombre, dice Lucia Berlin en “Yo soy lo que soy...”, una de las cartas inéditas que se incluye en Una nueva vida (Alfaguara), volumen que cuenta con un apéndice biográfico realizado por Jeff Berlin, hijo de Lucia, autor también de las notas y a cargo de la edición. “¿Qué se hace con el material de la vida, cuando el material de la vida supura soledad y dolor?”, pregunta Sara Mesa, la escritora española en el prólogo del libro que reúne relatos, artículos y fragmentos de diarios.
“Lucia Barbara Brown, primera hija de Wendell Theodore (Ted) Brown y Mary Ella Magruder Brown, nace en Juneau, Alaska, el 12 de noviembre de 1936. Cinco meses después, el trabajo de Ted como ingeniero de minas los llevará primero a Wallace, Idaho, y de ahí a diversos destinos durante los cuatro años siguientes, saltando por todo el país a otros campamentos mineros”, apunta Jeff en el recorrido que hace por la vida de su madre.
“Nuestra vida nunca fue aburrida –confesó en una entrevista David, el tercer hijo de Lucia–; a menudo divertida y a veces trágica. Cuando cumplí los 17 años, ya había vivido en 13 casas distintas. Una existencia nómada, de apartamento en apartamento, y, durante un tiempo, en una furgoneta Volkswagen”.
Sara Mesa reflexiona sobre esta vida nómada de Berlin que se vio reflejada en sus textos: “Lucia tuvo muchas casas, en muchos sitios distintos, Alaska, Montana, Idaho, Texas, Arizona, Santiago de Chile, Nuevo México, Nueva York, California… Pero también construyó otras muchas en territorios propios, para que los demás las habitáramos (...) Casas hechas de narración y música, con exquisito cuidado pero también con todos los desconchones y averías de la vida”.
En 2015, once años después de su muerte, se publicó en los Estados Unidos una compilación de relatos con el título Manual para mujeres de la limpieza (Alfaguara), cuyos derechos para la adaptación cinematográfica quedaron en manos de la productora de Cate Blanchett y que en un comienzo iba a dirigir Pedro Almódovar . Lamentablemente, tiempo después abandonó el proyecto: “no me siento capaz de realizar esta película por completo”. Manual para mujeres de la limpieza se convirtió en un best seller, se tradujó a varios idiomas y el nombre de Lucia pasó a estar en boca de lectores que querían descubrir a esta autora de culto.
Comparada con Raymond Carver y con Chéjov, Lucia muestra las contradicciones sociales y la oscuridad humana, lo hace con humor para exponer la rabia y el dolor sin caer en el dramatismo. “Es implacable, no se anda con contemplaciones –señala la escritora estadounidense Lydia Davis en el análisis introductorio de Manual para mujeres de la limpieza –, y aun así la brutalidad de la vida siempre queda atenuada por su compasión ante la fragilidad humana, por la inteligencia y la agudeza de esa voz narrativa, y su fino sentido del humor”.
Para mí la escritura es un acto no verbal, el placer del proceso ocurre en ese lugar que Charlie Parker denominaba “el silencio entre las notas”. A menudo mis relatos son como poemas o diapositivas que ilustran un sentimiento, una epifanía, el ritmo de una época o una ciudad. Un aroma o una risa pueden desencadenar recuerdos que cristalizan en una historia, aunque la fuente de inspiración para mí suele ser visual (…) Cuando un relato o un libro se publica, siempre deja un poso amargo, un recuerdo de que la verdadera alegría de escribir está en el proceso, en el acto en sí, especialmente en esas raras ocasiones en que la historia fluye de manera espontánea mientras el bolígrafo garrapatea sobre el papel, escribe Lucia en uno de los textos de Una nueva vida, que sirve de cara B de varias de sus historias, versiones iniciales o, como dice Mesa, “alternativas de cuentos futuros, temas que asoman y que más adelante se desarrollarán por completo”.
Escribir era para Lucia una forma de terapia. “Ojalá tuviera mi maldita máquina de escribir, quiero escribir, qué locura. De pronto tengo cientos de cosas por contar”, le confesó, en 1959, a la familia Dorn en una carta , enviada desde Nuevo México, ciudad donde residía por entonces junto a su segundo esposo, el pianista de jazz Race Newton, y sus hijos Jeff y Mark. “Solía regresar a asuntos no resueltos, como su relación con su abuelo o su madre –señaló Jeff en reiteradas oportunidades–. Escribía sobre eso a menudo. Sentía mucho resentimiento”.
Su vivencia por El Paso, Texas, fue traumática. A su padre lo nombraron teniente y partió hacia la guerra del Pacífico. Lucia, su hermana menor, Sally y su madre se trasladaron a la casa de los abuelos maternos. En una carta que le escribió tiempo después a su amigo poeta August Kleinzahler , Lucia le comentó: “Bien, aquí estoy en estas escuelas aterradoras y mi papá está en la guerra, mi madre, mi abuelo y mi tío borrachos, mi madre y mi abuelo me están abusando sexual y físicamente (no al mismo tiempo, no eran enfermos ni nada por el estilo). Mi abuela sabía sobre el abuelo, pero en lugar de protegerme, decidió que yo también era una pecadora y era cruel conmigo, más cruel que los demás (...) La única razón por la que te digo esto es porque sé que he lidiado con estos pocos años ad nauseum. El problema es que cada vez que estoy asustada, herida, miserable, sola o en líos, vuelvo directamente a El Paso”.
No había cumplido los 30 y Lucia ya se había casado tres veces y tenía cuatro hijos. “En 1955 conoció al estudiante de escultura Paul Suttman, y se casan a toda prisa en agosto –relata Jeff en el apéndice biográfico–. A pesar de que es la mujer más hermosa que ha conocido, Paul nunca deja de intentar cambiarla, controlar su apariencia, su estilo y su comportamiento. Por encima de todo le decepciona que por culpa de la escoliosis sea asimétrica y no le sirva de modelo”.
La relación con Stuttman llegó a su fin luego de que él la amenazara con dejarla si no abortaba.”Ella viaja a México con la intención de interrumpir su segundo embarazo, pero finalmente no se decide –aporta Jeff–. Pide el divorcio en diciembre de 1957″.
Meses después, en un club nocturno conoció al músico Race Newton. Al día siguiente, el 26 de abril de 1958, dio luz a su segundo hijo, Jeff. En ese entonces Lucia comenzó a frecuentar a los amigos de Race: el músico, piloto de carreras y empresario Buddy Berlin , los poetas Robert Creeley y Ed Dorn, y un amplio círculo de escritores, artistas, músicos y bohemios. La adicción a la heroína de Buddy terminó con el matrimonio. Se separaron en 1967 y Lucia, sin cambiar el apellido, encaró diversos trabajos. Escribía de madrugada, cuando los chicos dormían y su adicción al alcohol se lo permitía.
En Una nueva vida se puede rastrear, en estos textos inéditos, los trabajos que realizó, como el que ejerció, en 1975, como operadora en un hospital y que narra en “Centralita”. “Cansada de limpiar casas ajenas –agrega Jeff al pie del relato–, consigue el puesto de operadora porque tiene una voz bonita y habla español”.
A fines de los 80, luego de varias recaídas, Berlin dejó el alcohol. En “El foso”, que se incluye en el libro recién editado, asistimos a la llegada de una mujer a un centro de desintoxicación y narra con mordacidad aquel proceso. Las alucinaciones son una bendición porque dan cara, dan forma a esos miedos que resultan insoportables porque no se materializan (…) Las voces no cesan, las luces no se apagan, la cuchilla no cae. La muerte se resiste.
El mismo día que cumplíó 68 años, un cáncer de pulmón se llevó a la mujer, cuyos ojos recuerdan a Elizabeth Taylor.
“No muestres tus sentimientos. No llores. No dejes que nadie te conozca... El control exquisito”, decía Lucia respecto de Carver y lo que ambos podían compartir: “Nuestros estilos vienen de nuestros orígenes, que son similares en cierto sentido”.
Este volumen, preparado en exclusiva por su hijo Jeff Berlin para los lectores en castellano, reúne 15 relatos inéditos en nuestro idioma, diez de ellos publicados originalmente en sus libros de cuentos, pero no incluidos en Manual para mujeres de la limpieza ni en Una noche en el paraíso, algunos solo aparecidos en revistas y otros totalmente inéditos, como “Manzanas”, su primer cuento y con el que abre el libro. En la nota al pie que acompaña el relato su hijo dice: “Ni a la profesora ni a ninguno de los amigos a quienes se lo mostró les parecía muy bueno, pero a ella le encantaba, le encantó escribirlo y tenía fe en él”. El libro, recién editado, incluye artículos, ensayos y extractos de sus diarios.